martes, 22 de octubre de 2013

Acércate a DIOS, clama y obedece Sus instrucciones para recibir lo que anhelas.

La oración es nuestro bastión, la columna vertebral de la vida cristiana, por lo que es determinante que aprendamos al respecto. Sabemos que Dios nos ha dejado instrucciones claras y sencillas, y una de ellas es orar. Todo lo que el Señor nos pide y enseña es mucho más fácil que seguir las indicaciones del mundo. Es más fácil ser santo que vivir en pecado. Es más fácil tener una mujer que andar ocultando a la amante; es más fácil decir la verdad que verse en la angustia de recordar las mentiras que dijimos para no contradecirnos, pero las tinieblas nos venden la idea de que es más fácil pecar porque quieren destruirnos.
Cuando no seguimos las instrucciones dadas por Dios, somos como Naamán, general del ejército sirio, a quien Eliseo mandó a bañarse siete veces en el río Jordán para sanar de la lepra. Sin embargo, este militar no quería hacerlo porque su arrogancia le impedía seguir esa instrucción que parecía demasiado sencilla como para recibir el milagro de sanidad1. Ahora ocurre lo mismo cuando creemos tener mejores métodos que los de Dios y no seguimos Sus sencillas instrucciones, entonces dejamos la oración como último recurso, cuando es lo primero que deberíamos hacer para establecer una relación íntima con nuestro Padre y escuchar Sus consejos. Frente a cualquier situación, acudes a todos y a todo, pero se te olvida doblar tus rodillas, clamar y ayunar, creyendo porque todo se arreglará.
Los criados hicieron reflexionar a Naamán sobre su arrogancia y lo motivaron a obedecer la sencilla orden. Su título, su posición privilegiada estorbaban su fe. ¡Qué no te suceda lo mismo! Deja de buscar soluciones en tus fuerzas y con tus recursos limitados, acércate a Dios en oración y con humildad porque Él da instrucciones claras y sencillas que son infalibles.
El Señor nos dice que si nos acercamos y le pedimos, Él nos enseñará, es decir, nos revelará lo que no sabemos, lo que está oculto a nuestro entendimiento2 y nos ayudará a resolver y obtener lo bueno que deseamos. Es sencillo, pero nos cuesta creerlo porque estamos acostumbrados a complicarnos la vida. Las posiciones y posesiones terrenales son pasajeras; lo único que permanece es nuestra posición en Cristo, quien es el mismo hoy y siempre. Así que, ¿cuál es la mejor decisión? Clamar y obedecer al que permanece por siempre.
Recuerda que para Dios no hay difícil, nada imposible, así que todo es fácil y posible. Justamente por eso es que Él da instrucciones fáciles, porque no conoce lo difícil.
Entonces, vale la pena darnos que cuenta de que todo está en manos de Dios y que Su instrucción ha sido que le clamemos porque nos escuchará. La oración es el arma más efectiva y también la más sencilla de usar, no te compliques tanto, ora a tu Padre quien obrará a tu favor si se lo pides con humildad y fe. No dudes, aunque te parezca absurdo, ante una situación adversa, busca al Señor en intimidad, esa actitud de total abandono provocará que tu prepotencia muera y renazca la convicción en que todo es posible para Dios.
Jesús nos comparte el secreto de Su ministerio al explicar que la fe y la oración son poderosas. Si oras con fe, lo que pides vendrá. No confíes en tus recursos que son limitados, por lo tanto te limitan, confía en el Señor, ya que esa fe te dará acceso a un mundo ilimitado de oportunidades. Acércate al dueño de cuanto existe, a quien hizo todo de la nada, por lo que puede ayudarte a obrar de la misma forma para que logres maravillas a partir del vacío total. La Palabra es clara en decir que cualquiera que diga y crea le será hecho, no lo dudes, repítelo: ¡Cualquiera, todos lo podemos  hacer si tenemos fe!3 No te detengas en ver lo que te hace falta o en envidiar lo que alguien más posee. Al decir: “Él puede porque tiene una familia que lo apoya”, contaminas tu fe y retrocedes al darle espacio a pensamientos mezquinos. Dios no bendice envidiosos, orgullosos, prepotentes, arrogantes. Algunos piensan que el orgullo puede mucho, pero realmente es la humildad la que puede todo. Pide en oración, habla con tu Padre, aprovecha el hermoso regalo de la intimidad con Dios. Jesús dijo que pidiéramos, ¿por qué te niegas a aceptarlo? Al pedir, reconoces que solo Él puede sustentarte, le das honra y gloria y te sometes, eso es justo lo que debemos hacer.
Deja a un lado el afán, confía en el Señor, quien cuida de ti y te da paz4. Jesús le pedía al Padre en todo tiempo, incluso en los momentos más difíciles. Así que no aprenderás a pedir y a vivir sin afán hasta que no descubras que Dios es tu Padre y te ama, por lo que no te negará nada. Creer en la paternidad de Dios es fundamental para nuestra libertad. Si buscamos a nuestro Padre en oración, nos alejamos del pecado, somos libres y nacemos a una nueva vida porque Él guarda nuestro corazón y nuestros pensamientos. Una vida de oración nos mantiene seguros en las manos de Dios.
Los métodos de Dios son sencillos, ¿qué tiene de difícil orar para superar la aflicción5? ¡Hazlo! No tienes nada que perder y mucho que ganar al sentir el respaldo y consuelo de la oración. Hay dos momento durante la oración: primero, desahógate, llora y tranquiliza tu alma delante del Señor. Tus lágrimas no son la solución, solo son un escape, pero son necesarias para que no ahogues tu fe con la aflicción. Cuando Ana, la madre de Samuel, creyó, superó su tristeza, pero primero se desahogó delante de Dios. El segundo momento de la oración es creer con todo el corazón y dar gracias por lo que ya recibiste, aunque todavía no lo veas realizado. Levanta tus manos y habla con Dios, ora, créele, cierra tus ojos y ve lo que quieres lograr, convéncete de que ya está hecho, ten paciencia y gózate por lo que vendrá. Dile con una sonrisa en tus labios: “Gracias Padre, creo en Tu amor y estoy convencido de que me darás todo lo bueno que te he pedido”.  

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