Perdona y pide perdón. Las ofensas son trampas que nos
atrapan y nos impiden avanzar.
Las relaciones entre
personas abren puertas a buenas y malas experiencias. Pueden provocar mucha
felicidad así como una gran decepción, si confiamos en alguien que nos ofende,
a veces sin intención. Dios es el único que nunca falla, pero eso no significa
que evitemos relacionarnos con los demás, porque es imposible vivir aislados,
encerrados en una burbuja o entre las barreras que podríamos construir para
evitar ser lastimados.
No es posible vivir con
desconfianza porque como seres humanos e hijos de Dios nos necesitamos. A pesar
de ello, somos imperfectos y fallamos, así que ¿cómo confiar en nuestra pareja,
en los hijos y compañeros de trabajo? Pues manteniendo una actitud de
tolerancia y evitando caer en la trampa del resentimiento que nos hiere y
aísla. De hecho, las heridas del corazón son trampas del diablo para provocar
división y debilidad en las personas. El enemigo quiere que haya contienda entre
nosotros para destruirnos, porque en soledad somos vulnerables, al contrario,
acompañados nos fortalecemos, ¡no caigas en su trampa!, busca al Señor para que
te ayude a sanar tus heridas y ser feliz junto a tus seres queridos.
Al analizar esta
cuestión de las heridas provocadas por las ofensas, Dios me mostró que son
trampas engañosas porque tienen dos características que las definen como tales.
La primera es que están escondidas, ocultas, para que no se puedan ver y
cumplan su objetivo de atrapar al ingenuo que no las nota. Así era como, de
niños, nos dedicábamos a atrapar algunos animalitos, ¿recuerdan? Otra
característica de las trampas es que tienen carnada, es decir, algo que atrae a
la víctima para que quede atrapada. Por supuesto que sentirnos ofendidos no es
algo que nos guste, pero las ofensas pueden hacernos sentir que, de alguna
forma, tenemos el poder sobre la persona que nos lastimó, porque en nosotros
está la decisión de otorgarle el perdón. Así que esa superioridad puede
seducirnos. ¡Cuidado con sentirte cómodo con esa sensación de ofendido que
manipula!
Lucas
17:1-5 enseña: Dijo Jesús a sus discípulos:
Imposible es que no vengan tropiezos; mas !!ay de aquel por quien vienen! Mejor
le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al
mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos. Mirad por vosotros mismos.
Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y
si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti,
diciendo: Me arrepiento; perdónale. Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos
la fe.
Entonces, ¿qué debemos
hacer para evitar caer en la trampa de sentirnos heridos por las ofensas? La
respuesta nos la ofrece Jesús al compartir que debíamos perdonar las veces que
fuera necesario. Como esto es realmente difícil, en ese momento los apóstoles
le pidieron fe para lograrlo . Por lo tanto, ¡perdonar es cuestión de fe! Es
tener la capacidad de confiar, es tener la certeza de lo que no vemos, pero
sabemos que sucederá: la resolución del conflicto. A veces, es difícil confiar
en las personas cuando nos han decepcionado, pero es necesario hacerlo, no solo
porque es un mandato de amor, sino porque nos otorga gracia delante de Dios y
trae sanidad a nuestro corazón.
Así como los hijos de
Dios debemos producir mucho fruto de bien, paz, gozo y benignidad, las personas
ofendidas también producen fruto, pero de enojo, dolor, ira, celos,
resentimiento, amargura y odio. ¿Qué fruto quieres producir en tu vida? Al
respecto, el Señor me dijo: “Veo a Mis hijos trabajando heridos, ofendidos; los
veo levantando paredes entre ellos”. Es como si viviéramos encadenados,
arrastrando una trampa como esas que se usan para atrapar ratones. Pero no la
vemos, intentamos caminar y eso nos limita. Esa actitud nos desgasta y nos roba
la energía. A veces decimos que no caeremos en la trampa, pero nuestro orgullo
nos impide ver que ¡ya caímos porque guardamos resentimiento! Libérate, no
ignores esa trampa, ¿no ves te lastima, te impide reconstruir la relación con
tus hijos o con tu cónyuge? No es posible vivir así. Es como tratar de
amar odiando o de ser feliz enojado. Salir de esa trampa es cuestión de fe y
decisión.
Hoy es un día de perdón
porque mutuamente nos hemos lastimado. Tú también has fallado y necesitas sanar
del dolor que te causa esa herida abierta que te hace cojear y te impide correr
hacia la plenitud. Evita que las heridas se conviertan en el centro de tu vida.
Cuando estamos lastimados, por muy pequeño que sea el rasguño, nos concentramos
en ello para procurar que sane y no se infecte, le dedicamos tiempo y nos olvidamos
de otras cosas. Nos volvemos el centro de atención. Cuando estamos enfermos no
podemos ni trabajar, así son las heridas del corazón que se vuelven el centro
de nuestra vida, por lo que debemos perdonar para sanar.
Algunos incluso buscan
alejarse y se amargan, solos, apartados, viven siempre enojados, incluso dicen:
“Mejor me cambio de iglesia o busco otra pareja”. Sin embargo, para que las
heridas sanen deben exponerse, claro que es desagradable, pero si una herida se
mantiene todo el tiempo vendada, no sana, al contrario, cuesta que cicatrice.
Es triste vivir así, peor aún si no nos damos cuenta de que caminamos heridos y
no logramos explicarnos por qué estamos estancados. Así que la solución es
acercarnos a Jesús, quien es el único que puede ayudarnos a sanar, ya que el
mayor problema del ofendido es que llega el momento cuando no hay disculpa o
acción que lo haga doblegar su orgullo y perdonar. Una persona que se ha
acostumbrado a vivir en amargura ya no encuentra forma de sentirse satisfecha
con las muestras de arrepentimiento de quienes lo han ofendido y se justifica
pensando que la herida es tan profunda que no es posible sanar. Algunos dicen:
“¿Crees que con pedir perdón todo se olvida?”, pero no se dan cuenta de que con
esa actitud están dándole la victoria al enemigo que se alegra de verlo solo y
derrotado. El único que puede liberarse de la trampa de la herida y perdonar,
¡eres tú! Y con la ayuda del Señor, lo lograrás.
Salmo
55:12-14 explica: Porque no me
afrentó un enemigo,?Lo cual habría soportado;?Ni se alzó contra mí el que me
aborrecía,?Porque me hubiera ocultado de él; Sino tú, hombre, al parecer íntimo
mío,?Mi guía, y mi familiar; Que juntos comunicábamos dulcemente los
secretos,?Y andábamos en amistad en la casa de Dios.
Por supuesto que las
heridas que provocan las ofensas son dolorosas, especialmente porque las causan
aquellos que amamos. Si la persona que nos ofendió es un desconocido o alguien
que nos importa poco, nada pasaría, ya que un extraño no puede hacernos daño .
Entonces, con más razón debemos atrevernos a sanar, porque nos estamos negando
la satisfacción de acercarnos a quienes amamos. ¡Pidamos fe para perdonar! No
pienses en quiénes deben buscarte para pedirte perdón, piensa en el dolor que
has causado, el perdón que has negado y en el que debes pedir a quienes has
ofendido con tu orgullo. Cierra tus ojos y busca en tu interior los nombres de
las personas con quienes debes reconciliarte, derriba esas barreras que te
impiden ser feliz. Si eres cristiano, si reconoces que eres hijo del perdón,
porque Dios ha sido misericordioso contigo, ¡ama y perdona, abraza incluso a
quien no te quiere abrazar!
Pídele al Espíritu Santo
que te ayude a perdonar y a ser perdonado. No escondas tus heridas con la venda
del orgullo, no niegues tu dolor, enfréntalo para sanar. La vacuna del perdón
mata el rencor. Dile al Señor que nada, ni tus heridas, son más importantes que
Él y las personas que ha puesto a tu alrededor para amar. Verás que el milagro
de la sanidad para tu corazón vendrá y ¡te convertirás en una nueva persona!
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